Las prácticas sociales y los modos de hacer justicia
por Adriana S. Taboada*
El Estado argentino llevando adelante juicios históricos contra los genocidas Vs. la justicia por mano propia bajo la forma de linchamiento a jóvenes que comenten hurtos.
Ataque colectivo (seguido de muerte) a jóvenes por delitos comunes como robar una mochila o una cartera Vs. el silencio frente al procesamiento de Menem y Cavallo por “sustracción de caudales” en la venta del predio de la Sociedad Rural (patrimonio del Estado), que incluye montos de dinero muy superiores al valor de una mochila o cartera, sin olvidar que se trataba además del Presidente de la República y su ministro de Economía y entonces el delito tiene otra envergadura.
Pienso
El cuestionamiento que comenzó hace menos de un mes al proyecto de reforma del código penal (con argumentos falaces) haciendo eje, entre otros temas, en la baja de las penas, coadyuvando a profundizar la sensación de inseguridad y la necesidad de aplicación de “mano dura” como única alternativa frente a un “Estado Ausente” ¿podemos desvincularlo de los hechos de justicia por mano propia de los últimos días?
Hoy el peligro encarna en el “peruca”, el “bolita”, el pobre, el joven.
El tema es complejo y en los próximos tiempos el debate abierto seguirá buscando razones y respuestas. Desde ya esas respuestas deben habilitar la posibilidad de sostener con fuerza el sistema democrático, la legalidad y la construcción de alternativas más humanas, inclusivas, sensibles a los problemas individuales y colectivos.
Las respuestas incluirán análisis políticos, psicológicos, sociológicos, legales y del rol de los medios de comunicación pero hoy, con el eco aún audible de tantas voces ante un nuevo aniversario del Golpe Cívico-militar de 1976, con los juicios y condenas que avanzan no sólo sobre las acciones de los militares y miembros de las fuerzas de seguridad, sino sobre el poder económico, eclesiástico, judicial y civil, hechos de violencia (sorpresivos) como los que se están sucediendo, resultan más disruptivos.
Traer el tema del Golpe Genocida y el juicio a sus ejecutores no es antojadizo ni arbitrario. No estamos en una sociedad ideal ni mucho menos, pero el proceso judicial en nuestro país por delitos de lesa humanidad está mostrando lo opuesto a la ausencia de Estado, y las condenas lo opuesto a la impunidad. La lucha de casi 40 años buscando justicia lo opuesto al linchamiento. Estamos hablando de “maneras de hacer”, de prácticas sociales que tienen consecuencias materiales pero también simbólicas. Cuando Zaffaroni califica la muerte por el linchamiento como homicidio, pone las acciones en su lugar: esa muerte se llama homicidio y constituye un delito. Nominar el acto restaura la Ley. No todo da igual.
Los genocidios son un “proceso” que lleva tiempo y planificación para su concreción. El principio de ese proceso requiere ir “construyendo” al enemigo que se busca destruir, pues no viene dado. Para ello, un grupo nacional comienza a ser “recortado” como tal y connotado negativamente: el “otro” ya no es mi igual, sino que pasa a representar lo diferente en tanto malo y peligroso. Esto va condicionando la manera de vinculación con ese “otro” (a partir de ese momento negativizado) y que en tanto tal habilita formas de relación social prejuiciosas, discriminatorias y violentas que terminan en la eliminación del grupo, eliminación además sostenida con consenso social.
"Cuando el peligro pasa a estar representado por ese “otro” y no por quien lo mata, el proceso genocida va mostrando sus éxitos."
Bajo el nazismo, entre otros, fue el judío y el gitano. Ayer y aquí en Argentina, el disidente y militante político convertido en delincuente terrorista. Hoy el peligro encarna en el “peruca”, el “bolita”, el pobre, el joven. El otro negativizado ya está en la mira, con su contenido de clase presente. La justificación para la eliminación de Otro se está construyendo. ¡Qué por favor suenen las señales de alarma!
¿Los linchamientos son un genocidio? De ninguna manera decimos esto, ni se debe asimilar un delito que comete el Estado y que conlleva la destrucción (asesinato) de una parte de su población a una práctica que muestra una forma (reprobable) de hacer justicia por fuera de los canales legitimados por nuestra sociedad. Pero ambos requieren como requisito para poder producirse que el prójimo deje de ser sentido como tal, justificando cualquier acto, por inhumano que sea, que se cometa sobre él.
Si algo deberíamos haber aprendido en estos casi 40 años es la importancia de respetar la vida como bien supremo, y que el difícil camino por búsqueda de Justicia no debe divorciarse del de la Etica.
*Lic en Psicología. Investigadora del Centro
de Estudios sobre Genocidio. UNTREF
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